lunes, 10 de agosto de 2009

Libre como el sol cuando amanece

¿Quién diría que después de ir al casino íbamos a terminar así? Noche de delirio en San Bernardo y kilómetros de caminata hasta Mar de Ajó para matar el vicio del juego. El Negro y yo, en cero. Zinni, bien ahí papá. Eche, ¡ay Eche, ay Eche! Se hizo adicto al juego el muy hijo de puta.
Caminata de vuelta mientras surgía la idea de ir a Gesell de nuevo. Y bueno, vamos. Ocho de la mañana en Calle 3 y ciento cuarenta y algo. Geri y el humor característico de Gastón aparecen de sorpresa.
-Che, quedémonos acá un rato que estamos liquidados. –Noche larga para el animal humano.
Minutos más tarde, todos durmiendo. Pero no estábamos solos, teníamos la grata compañía de nuestros bártulos. Y de repente, una patada me despierta. Mis ojos se abren con el pensamiento de “¿quién será el hijo de puta que me está despertando?”.
-Flaco, despertá a tus amigos y deciles que se pongan todos sentaditos contra la pared. –Oficial pelado y con mucha cara de vigilante (“oficial” y “vigilante” suena redundante, ¿no?).
-Muchachos, tenemos compañía.
Por alguna razón que no voy a mencionar el Negro debía ser llevado a la comisaría y no recuerdo quién tuvo la gran idea de gritar a los cuatro vientos: “si se va él, nos vamos todos”. Y así fue. ¡La concha de su madre!
Fuera cordones, pertenencias, ropa y libertad. Charla va, charla viene y el gran recuerdo del comisario diciendo: “muchaaaaaachos, yo tengo hijos de su edad”. De ahí un lindo viaje al hospital en la patrulla.
-¿Flaco, te trataron bien en la comisaría? –¿Qué mierda íbamos a contestar si el policía entraba con nosotros?
-Claro doctor, mejor imposible.
De vuelta a casa. Perdón, a la comisaría. Paso por caja y a la calle.
Ah, Negro, creo que alguien nos debe guita y todos los dedos te acusan.

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