sábado, 22 de agosto de 2009

Inoxidable pasión

Sábado bien temprano, frío, hambre y sueño. Pero había que laburar, aunque esta vez de una manera diferente. Había que dar una mano a una institución devastada. Estadio clausurado, venido a menos y abandonado por el paso de los años y desidia de mucha gente que se llenó la boca diciendo tener sangre roja y blanca.
Éramos pocos, no superábamos los treinta (ni en cantidad, ni en edad). Ninguna sabe lo que es una alegría pero conoce ese nombre cargado de energía: Parque de los Patricios.
Ese día el trabajo había terminado pero faltaba mucho por hacer. Decidimos llevarnos un momento único que jamás se va a borrar de nuestras mentes.

Camiseta en el pecho y el túnel ahí, a la espera de ser atravesado.
Nunca sentí algo igual. Trotando hacia el centro del campo en mi cabeza sonaban los gritos de cuarenta mil almas gritando “Nachooooo, Nachoooo”. Era real.
Y allá en el centro, brazos extendidos al cielo, saludando a esas almas sufridas que un día van a ver materializada su ilusión de ver al globo campeón.

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