viernes, 25 de septiembre de 2009

Aclaraciones

En la historia “El Tano y El Rolo” si bien no se omitieron las identidades de los protagonistas, si algunos detalles que son útiles para entender por qué al día de hoy Zinni renguea.

El Tano y El Rolo

Era un día como cualquier otro. Zinni, Geri y Yo estábamos haciendo la fila para sacar entradas para Argentina – Uruguay, en el Monumental. Zinni tenía puesta su remera de Sumo, indumentaria habitual por aquellos años.
-Eh, loco, aguante Sumo, amigo. –Comenta a los gritos una persona que después supimos que se llamaría “El Tano”.
-Ehhhh si, aguante Sumo. –Zinni, nunca sabe a quién seguirle la corriente y a quién no.
-El otro día en Obras yo era el que prendías bengalas rojas con él. –Cuando mencionó “él” se refería a su ladero “El Rolo”.
Zinni le seguía la charla, mientras Geri y yo asentíamos con la cabeza y metíamos algún bocadillo cada tanto.
Los muchachos tendrían entre veinte y veinticinco años, morochos, no muy altos y ropa deportiva. Cualquier parecido con “el pibe cantina” de Yerba Brava, es pura coincidencia. Parecían amigables (en un primer momento). Seguían charlándonos, comentando que eran barras de River, que iban a todos lados, etc.. Terminada la charla se retiraron.
El día normal seguía. Sacamos nuestras entradas y nos dirigimos hacia el Puente Labruna, para cruzar hacia Ciudad Universitaria y tomar el colectivo de vuelta. ¿Quiénes estaban arriba del puente? Si, el Tano y el Rolo.
-Eh, loco, ¿cómo va?
-Ya nos estamos yendo a tomar el bondi. –Les comentamos.
-Uh, menos mal, porque nosotros no somos de acá y no sabemos donde paran. Los acompañamos. –Con el diario del Lunes, podemos decir que somos unos estúpidos. Los muchachos se jactaban de ser barras de River, pero desconocían donde paraban los colectivos en su propia cancha. Raro, pero en ese momento no se nos cruzó por la cabeza.
Llegamos a las paradas del colectivo. Geri se toma el 160, y nosotros dos con los muchachos esperamos el 37. Subimos y nos paramos de la mitad para el fondo, porque salió completo.
La charla en el viaje ya no era tan amigable. El “flaco vos te tenés que recatar” del Rolo ya me estaba hinchando las pelotas y al mismo tiempo el Tano estaba sentado y le proponía a Zinni hacerle upita (o upite, nadie sabe).
-Bueno loco, denme las entradas, se terminó el jueguito acá.
-No las tenemos, se las llevó el otro chico.
–Salida rápida, pero que no funcionó.
-Loco, te dije que te tenés que recatar. –En ese momento el Rolo me agarra la mano, la mete en su bolsillo y me hace sentir el fierro que tenía. La cosa cambiaba, ya se estaba poniendo más pesada.
De repente, no se que maniobra hacen pero terminan con dos de nuestras cuatro entradas y a cambio el Rolo me da una de River – San Lorenzo que aún conservo. No se por qué, no entendí lo que pasó. Lo que único que puedo decir es que la estábamos pasando mal, y que apenas vimos la puerta abierta, nos miramos y huimos como nunca.
Pero la anécdota no termina ahí. Esa noche, fuimos a una fiesta en el viejo Galpón de Moreno. Birra libre como era habitual por aquellos años, pedo garantizado. Fue la primer noche en mi vida (creo que la de Zinni también) en la cual nos agarro el famoso “pedo triste”. El último recuerdo que me queda de ésta historia es en un costado los dos abrazados y llorando como nunca.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

El gordo Bugui

El Chevallier no llegaba más. Habíamos llegado a la conclusión de que ese bondi no era un lechero sino un tambo. Llegar a Tucumán era como llegar a Europa nadando y encima tenía que soportar unas veinte horas escuchando al Negro cantar:
-Y… Chevallieeeeeer… La Cocha, La Cocha, La Cocha de su maaaaaadre. –Aunque no me quejo, me colgaba yo también y cantábamos juntos.
A eso de las cuatro de la tarde ya estábamos disfrutando de los mates de Doña María con unos cincuenta grados a la sombra, pero nada importaba, ya eran vacaciones. Como solamente íbamos a estar ahí unos días, esa noche era la única de Sábado como para descontrolar un poco.
-Hagamos algo pero tranquilo que el viaje nos liquidó.
-Mirá, podemos ir hasta el pueblo, comemos algo por ahí, tomamos unas birras y nos vamos a una bailanta. –Comenta Ari.
Llegada la noche vamos hasta Aguilares y buscamos un lugar para comer y tomar algo. Pedimos unas hamburguesas, choris, tamales y cerveza, hasta que llegó la hora de enfilar para la bailanta. Ahí viene el dueño:
-¿Ustedes son porteños?
-Si, ¿por?
–Lo comentamos en vos baja porque somos concientes del odio que nos tienen en el interior.
-¿Van a salir?
-Si, nos dijeron que hay una bailanta y queremos ir a ver que onda.
-¿Ustedes? Flacos, son porteños, de ahí salen tajeados, sin dudas.

Lo había dicho con un nivel de seriedad tan grande que pensamos al respecto y desistimos de la idea.
-Si quieren, yo les puedo decir de un boliche copado donde no van a tener problemas.
Termina de comentarnos y rápidamente se postula para llevarnos en su auto porque tenía que ir para ese lado. Lógicamente aceptamos y cuando arribamos al lugar nos dice:
-Loco, pásenla bien. Cualquier cosita, saben donde encontrarme. Soy el gordo Bugui. –Se presentó cual capo mafia mientras su mandíbula bailaba al ritmo de la cumbia colombiana.
El lugar no era nuestro estilo. Era el típico boliche frecuentado por la oligarquía tucumana, pero sus precios no decían lo mismo. Las chicas, diviiiiinas.
-Che, muchachos, el Branca está siete mangos. –Mi cara de felicidad era tal que estaba dispuesto a dejar todo mi dinero en esa barra.
Uno, dos, tres, cuatro, innumerable cantidad de fernet y vino. Baile va, baile viene, chicas van, chicas vienen. Tengo el leve recuerdo de comentarle a una cuarentona toda recauchutada, “nooooo, vos tenés 24 como mucho, no te hagas la mayor”. Y de repente:
-Nooooo, loco, en el medio de esa pista hay un toro mecánico. –Creo que no había terminado de decir la frase que el Negro lo estaba montando.
Se ve que el muchacho que lo manejaba disfrutó mucho de nuestro nivel etílico y de nuestra condición de porteños porque no duramos mucho ahí arriba.
Y cuando estábamos en el punto más alto, se prenden las luces, se apaga la música y la gente comienza a retirarse sin disturbio alguno. ¡Loco son las cuatro de la mañana! No quedó otra que emprender la retirada mientras enchufadísimos preguntábamos “¿dónde sigue esto?”. No se donde seguía, pero yo terminé abrazado a un poste de luz.

sábado, 12 de septiembre de 2009

¡No entiendo nada!

Todas las noches de aquellos años eran locas, y ésta no era la excepción. Caminando por las calles de Gesell, Gonzalo tiene la idea de hacer un asado en el camping con dos muchachos de La Plata que había conocido ahí. Obviamente aceptamos rápidamente y dividimos las tareas organizativas.
Con todo ya preparado, nos juntamos ahí a eso de las siete u ocho de la noche. Éramos los platenses, Nacho, Gonzalo, el Negro, Seba y yo (creo que no me olvido de ninguno). Comimos y chupamos mucha birra y vino hasta estar bastante entonados. Ahí surgió la idea y el problema de salir. Digo “problema” porque era muy jodido caminar como veinte cuadras en ese estado. Pero el platense tenía la solución:
-Vamo en el auto tranquilos y lo dejamos por ahí.
-Bueno, dale.

Nos mandamos de cabeza al VW Gol dos puertas. Yo iba atrás y si mal no recuerdo tenía al Negro encima mío. Sonaba “Panic Show” a todo lo que da y fue justo en ese momento cuando inmortalicé una frase que hasta el día de hoy recordamos con alegría y con su cuota bizarra:
-Loco, no entiendo nada…
Es difícil explicar la situación con palabras, pero fueron esas las mejores que encontré. Y así era, me sentía extraño. Todos borrachos, en la costa, sonaba La Renga y el destino era incierto.
Bajamos en la playa, debajo de un puente. Nos pusimos a escuchar música y joder ahí cunado siento que algo adentro mío quería salir. Me arrimo a un árbol y me echo un pato jodidísimo mientras que Seba me mira y me dice:
-Nacho, ¿vos masticás la comida? Hijo de puta, están los cachos de carne enteros.
-¿Vos me estás jodiendo? Dejame vomitar en paz…

Ya más aliviado sigo cantando. De repente todos nos damos vuelta y vemos que uno de los muchachos de La Plata se introduce una mano en el culo y mirándonos a los ojos, nos dice:
-Chicos, me cagué encima. -Creo que lo bizarro de esa frase me hizo vomitar de nuevo y al mismo tiempo reírme muchísimo.
No se cómo terminó la noche, solo recuerdo mi final, en el cual Lore y Marce me cargaron hacía el viejo y querido Halloween, para coronar una noche de terror.

martes, 8 de septiembre de 2009

La vuelta

Ya me había despedido de Lu y tenía que emprender la retirada. El hambre y las ganas de una cama cómoda aceleraron la vuelta. Pero faltaba algo. Atravesar Bolivia por tierra, solo.
Subo al micro que me llevaba de Copacabana a La Paz y me siento junto a una ventana. Estaba bien, era confortable, aunque de todas maneras el trayecto era de no más de dos horas. Al rato, algo extraño. Nos dicen que bajemos y no entendía por qué hasta que miré al frente. Estaba el lago ahí, esperando para ser cruzado, pero no había ningún puente.
Me subo a un vote, miro hacia atrás y veo el micro flotar en una madera. Nunca lo había visto en mi vida y solamente podía pensar: “la puta madre que los re mil parió… en ese micro están mis cosas”. Sin embargo nada extraño pasó y el micro siguió su camino hacia la capital.

Eran como las dos de la tarde y me anoticio que el bondi no iba a la terminal si no que me dejaría como a unas quince cuadras. Bueno, al menos veo un poco La Paz. Bajo con mi mochilota y empiezo a caminar. Yo pensaba que como el centro porteño no había nada, pero claramente viví engañado.
Calles de adoquines, en zigzag, que suben y bajan, sin semáforos, nadie te deja cruzar, en fin… un caos. Ya en la terminal y consulto en todas las empresas, hasta que llego a la última y compro el único pasaje que quedaba hacia Villazón. A eso de las siete de la tarde veo al micro ingresar a la plataforma (cualquier parecido con un galpón es pura coincidencia). Indescriptible. Un 0 Km. de 1980, pero bueno, si está en circulación debe estar completito y andando joya.
Me ubico en mi asiento y analizo lentamente el entorno. No había aire acondicionado, nada de TV, nada de limpieza y nada de baño. Claro, omití aclarar que el viaje es de más o menos 24 horas.
Lo peor no había llegado. Antes de salir de la ciudad, hace otra parada en donde el chofer sube:
-Señores pasajeros, ustedes saben como es esto. Cuiden sus cosas porque no podemos controlar quién sube al micro. No nos haremos responsables por algún faltante.
Hasta ahí nada diferente a subir al Sarmiento en hora pico. Justo cuando termino ese pensamiento se sube un gordo indescriptible que tenía boleto en el asiento de al lado mío. El olor de ese muchacho es algo parecido a bañarse solamente los 30 de Febrero, con todo lo que eso implica. Y encima la gente lugareña comenzó a comer pollo frito.
Por suerte después de estar un rato detenidos salimos a la ruta. Llamar “ruta” a eso es un decir. Es completamente de tierra con subidas y bajadas pronunciadas y con caídas muy grandes en sus laterales. Decidí dormir y esperar el llamado de la muerte.
Me despierto con mucho calor porque ya era de día. Abro la ventana y me recibe una cantidad de tierra que copó todo el micro. La cierro y en ese momento veo que la ruta está cortada.
-Pasajeros, debemos aguardar unas horas aquí, debido a que está cortada la arteria por reformas. -¿Reformas de qué si es de tierra?
Me quedé bajo el sol dos horas más o menos y arrancamos de nuevo. Al rato, otra parada. Ésta era técnica, exclusivamente para la gente que tenías ganas de ir al baño. Entro a una suerte de bar, previo paso por caja y entro. Era un balde. Tuve que mear ahí, salir a la vereda, tirar el meo y volver a poner el balde en su lugar. Si, si, pagué por eso.
Finalmente llegué a destino. Quería abandonar ese lugar lo más rápido posible, por lo que me puse en los primeros lugares para esperar a la persona que baja el equipaje. Pero esa persona nunca llegó. Abrí la compuerta, agarré mi mochila y caminé hacia la frontera. Lo de La Quiaca, otro día lo cuento.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Colgados

El Gordo y yo nos teníamos que ir. El cumple de Adri ya había cumplido su ciclo y ambos debíamos concurrir a otras locaciones. Salimos de aquel bar de San Telmo, ebrios, por supuesto, sin saber qué bondi tomar o de qué forma llegar a destino. Pero el semáforo rojo de la esquina me dio la solución. Una grúa se encontraba parada.
-Gordo, ésta nos lleva seguro, vamos.
-Y bueno, vamos.
Me siento en la parte de atrás y me engraso todo el pantalón. No me importaba nada. El Gordo sube atrás mientras que yo le pregunto al chofer hacia dónde iba.
-A Plaza de Mayo.
-¿Nos llevas a dar una vuelta por ahí?
–Le digo.
-Dale, vamos.
Como siempre ocurre en éstas noches alocadas, los recuerdos se vuelven difusos, pero hay cosas que si cierro los ojos las vivo como si fuera ese momento. El gordo colgado de la grúa gritando “¡vamos la Acadé!” cual barrabrava en una final, mientras dábamos vueltas por detrás de la Casa Rosada.
Bajamos en Avenida de Mayo y nos disponíamos a esperar un colectivo, ya no importaba el destino. Y de la nada aparecen unas chicas.
-Chicas, ¿para dónde van?
-Para Palermo. –No recuerdo si estaban buenas o no, así que no las describo.
-Vamos todos en un taxi. –Aceptaron rápidamente.
Terminamos todos subimos al mismo taxi y no se por qué. Bajé en mi lugar y el Gordo siguió con ellas. ¡Bien ahí papá!

Truenoviaje II - Destino: San Pedro.

Ésta vez el destino era San Pedro. El 12 estaba preparado como siempre con su súper-heladera detrás repleta de hielo, fernet y cerveza. Ya nos había fallado una vez, pero ésta vez le teníamos fe porque eran menos de 200 kms. Sin embargo confirmamos que no le gustaba el rock.
Transitando por Eva Perón en compañía de los mismos de siempre (Tina, Flor y Juancho) subo a la Gral. Paz y algo raro pasó. La luz roja se prende manifestando la calentura del vehículo y también la mía. Si, otra vez.
Paramos para ver qué era lo que pasaba y nos fuimos hasta Martínez donde nos juntábamos con el resto de la banda. Otra vez no me iba a pasar lo mismo, así que el 12 se perdió La Renga y se quedó ahí.
Como siempre digo, “de alguna forma llegamos” (eso también incluye a la heladera) y así fue. Conseguimos otro auto, y disfrutamos una noche más de la fiesta y la locura que tanto nos gusta.
Ya para el tercer viaje el protagonista de rengas anécdotas no estará, pero esa es otra historia.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Historia de mierda

El Negro me hizo recordar una...
El día previo a la historia anterior salimos a recorrer la ciudad y buscar algún barcito para tomar algo. El Negro impoluto con sus nuevas zapatillas y su reluciente camperita (ambos productos libres de impuestos, todo sabemos que el Negro no suelta un mango tan fácil). Ari y yo más tranquilos, como siempre.
Encontramos un bar que no nos gustó y salimos a buscar otro. Caminamos uno pasos y ¡pumba! No sabía si reír o llorar. No nos había cagado una paloma, era un elefante volador. El Negro salió ileso, mientras que Ari y yo estábamos cubiertos de mierda.
Caminamos quince cuadras de vuelta al hotel con un olor que hasta el día de hoy me lo acuerdo y me dan ganas de vomitar.

martes, 1 de septiembre de 2009

Aclaraciones

Olvidé aclarar en la nota anterior que los nombres no son los reales y las fotografías meramente ilustrativas.