-Mirá éste, Negro. Parece bueno, tiene pinta. –Le comento mientras veo un bar bien puesto a la vuelta del hotel.
-Si, podríamos comprar algo para chupar en el hotel y de ahí nos venimos para acá y vemos que hacemos.
El bar parecía bueno, tenía linda pinta de afuera, pero estaba cerrado por lo que no podíamos ver que onda por adentro. De todas maneras cuando volvimos de la playa, compramos un Gato Negro (de dos litros, si, ¡de dos litros!) y le comentamos a Ari el plan para l
Arrancamos a picarnos un poco y llegó la hora de salir. Llegando al bar vemos luces, por lo que inferimos que estaba abierto, pero tenía un cortinado en las ventanas que no nos permitía ver el interior. Abro la cortina de la puerta y me recibe una chica (no muy agraciada) en tanga. Nos miramos, reímos y bueno, entramos.
-Un café con piernas.
-Ahhhhh. –Se entendía perfectamente el sentido del lugar.
Tomamos unas birras mientras que las chicas se arrimaban y nos decían que les compramos a ellas también. Claramente no nos conocían, aunque no tardaron mucho en darse cuenta de nuestro presupuesto de viaje. Y ahí entra…
-Una moneda para el show.
-¡No! Olvidate. Acá el presupuesto lo maneja él. –Ari, vivo, le pateó la pelota la Negro.
-¿Eh? No flaca, no hay chance.
El show debía continuar y así fue. Una impresentable se desnudó ante nuestras miradas risueñas. Nunca vi unos patys tan grandes y desagradables.
El lugar no daba para más, por lo que decidimos ir a buscar otro. Cruzamos la calle y encontramos un lugar de similares características en donde nos comentaron que a pocas cuadras había un boliche de salsa (“salsoteca” para usar sus palabras).
Llegamos, entramos y nos mamamos. Tengo recuerdos de estar bailando en el centro de la pista con el Negro haciendo el gallinazo rocanrolero mientras Ari bailaba con una chica. Nos volvimos a juntar y Ari comenta señalando a una chica (bueno, chica es un decir, la edad en ese lugar no bajaba de los cuarenta) que iba a ir por ella.
Era morocha de pelo hasta los hombros, tez oscura, no muy alta. En fin, era un error de la naturaleza. Y no solo eso, hasta el día de hoy tengo un debate en mi cabeza sobre si era hombre o mujer.
-Andá Ari, hay que jugar en todas las canchas. –Lo peor es que se lo tomó en serio, y fue. Mientras tanto las dos personas con buen gusto no podíamos parar de reír. Y ahí surgió una idea.
-Y bueno, voy a tirarle la onda. –Ari se arrima y empieza a tramitar la situación.
El boliche cierra y nos vamos los cuatro. El Negro y yo por delante, abrazándonos y llorando de la risa, mientras que la chica (de la cual no recordamos el nombre) preguntaba:
-¿Tus amigos son putos?
-Se, re putos, ahora te lo van a demostrar. –Comenta Ari mirándonos y riendo.
-¿Qué me van a demostrar? –Ingenua la morocha.
Entramos al hotel, subimos y vemos que minutos más tarde sube Ari, pero sólo. Le consultamos qué había pasado a lo que nos contesta que no habían dejado subir a su princesa. Llegó el alivio para nosotros, no así para Ari que ya estaba en el baile y tenía que bailar. Y así fue, se retiró en un taxi compartido mientras el Negro y yo corríamos en paños menores revoleando baldes de pintura por el balcón (¡¿qué necesidad?!).
-Boludo, ¡qué bizarro! Tenía una cicatriz de acá hasta acá. –Se señalaba desde el cuello hasta la entrepierna.
Perdón Ari, te prendí fuego, pero que gran recuerdo que nos quedó gracias a vos.