martes, 8 de septiembre de 2009

La vuelta

Ya me había despedido de Lu y tenía que emprender la retirada. El hambre y las ganas de una cama cómoda aceleraron la vuelta. Pero faltaba algo. Atravesar Bolivia por tierra, solo.
Subo al micro que me llevaba de Copacabana a La Paz y me siento junto a una ventana. Estaba bien, era confortable, aunque de todas maneras el trayecto era de no más de dos horas. Al rato, algo extraño. Nos dicen que bajemos y no entendía por qué hasta que miré al frente. Estaba el lago ahí, esperando para ser cruzado, pero no había ningún puente.
Me subo a un vote, miro hacia atrás y veo el micro flotar en una madera. Nunca lo había visto en mi vida y solamente podía pensar: “la puta madre que los re mil parió… en ese micro están mis cosas”. Sin embargo nada extraño pasó y el micro siguió su camino hacia la capital.

Eran como las dos de la tarde y me anoticio que el bondi no iba a la terminal si no que me dejaría como a unas quince cuadras. Bueno, al menos veo un poco La Paz. Bajo con mi mochilota y empiezo a caminar. Yo pensaba que como el centro porteño no había nada, pero claramente viví engañado.
Calles de adoquines, en zigzag, que suben y bajan, sin semáforos, nadie te deja cruzar, en fin… un caos. Ya en la terminal y consulto en todas las empresas, hasta que llego a la última y compro el único pasaje que quedaba hacia Villazón. A eso de las siete de la tarde veo al micro ingresar a la plataforma (cualquier parecido con un galpón es pura coincidencia). Indescriptible. Un 0 Km. de 1980, pero bueno, si está en circulación debe estar completito y andando joya.
Me ubico en mi asiento y analizo lentamente el entorno. No había aire acondicionado, nada de TV, nada de limpieza y nada de baño. Claro, omití aclarar que el viaje es de más o menos 24 horas.
Lo peor no había llegado. Antes de salir de la ciudad, hace otra parada en donde el chofer sube:
-Señores pasajeros, ustedes saben como es esto. Cuiden sus cosas porque no podemos controlar quién sube al micro. No nos haremos responsables por algún faltante.
Hasta ahí nada diferente a subir al Sarmiento en hora pico. Justo cuando termino ese pensamiento se sube un gordo indescriptible que tenía boleto en el asiento de al lado mío. El olor de ese muchacho es algo parecido a bañarse solamente los 30 de Febrero, con todo lo que eso implica. Y encima la gente lugareña comenzó a comer pollo frito.
Por suerte después de estar un rato detenidos salimos a la ruta. Llamar “ruta” a eso es un decir. Es completamente de tierra con subidas y bajadas pronunciadas y con caídas muy grandes en sus laterales. Decidí dormir y esperar el llamado de la muerte.
Me despierto con mucho calor porque ya era de día. Abro la ventana y me recibe una cantidad de tierra que copó todo el micro. La cierro y en ese momento veo que la ruta está cortada.
-Pasajeros, debemos aguardar unas horas aquí, debido a que está cortada la arteria por reformas. -¿Reformas de qué si es de tierra?
Me quedé bajo el sol dos horas más o menos y arrancamos de nuevo. Al rato, otra parada. Ésta era técnica, exclusivamente para la gente que tenías ganas de ir al baño. Entro a una suerte de bar, previo paso por caja y entro. Era un balde. Tuve que mear ahí, salir a la vereda, tirar el meo y volver a poner el balde en su lugar. Si, si, pagué por eso.
Finalmente llegué a destino. Quería abandonar ese lugar lo más rápido posible, por lo que me puse en los primeros lugares para esperar a la persona que baja el equipaje. Pero esa persona nunca llegó. Abrí la compuerta, agarré mi mochila y caminé hacia la frontera. Lo de La Quiaca, otro día lo cuento.

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