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Habíamos llegados cansados a San Bernardo y ya era de noche. Obviamente no teníamos víveres así que fuimos a comer afuera. En la punta de la mesa larga estábamos Juan y yo disfrutando una rica birra fría, la cual se estaba acabando.
A todo esto el mozo era de esos de excesiva confianza con el cliente y acotaba giladas a cada rato.
-¿Cómo andamos de caramelo dulce? –Comenta el tipo, mientras Juan y yo nos mirábamos pensando “de qué mierda me está hablando este muchacho”.
-Bien, diviiiiino. –Le contesto sin titubear, como siguiéndole la charla que nunca entendí. Pero justo Juan salta y…
-Bien, bien. ¿Me traés otra birra?
El mozo no habló más. Ahí entendimos la dulzura del caramelo.
A todo esto el mozo era de esos de excesiva confianza con el cliente y acotaba giladas a cada rato.
-¿Cómo andamos de caramelo dulce? –Comenta el tipo, mientras Juan y yo nos mirábamos pensando “de qué mierda me está hablando este muchacho”.
-Bien, diviiiiino. –Le contesto sin titubear, como siguiéndole la charla que nunca entendí. Pero justo Juan salta y…
-Bien, bien. ¿Me traés otra birra?
El mozo no habló más. Ahí entendimos la dulzura del caramelo.
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